¿Cuándo fue la última vez que tuviste que apartar la maleza para hacer tus necesidades, armado de una bolsita de recoger caca de perros, un rollo de papel, y quizás una linterna de esas del estilo minero que no te hace parecer demasiado inteligente..? ¿Y desde cuándo no buscas un sitio para pasar la noche antes de que oscurezca? ¿O un lugar donde hacer un fuego para preparar el jabalí que acabas de cazar? Vale, esto último ha sido una ligera exageración. En mi caso suele ser un buen corte de ternera ecológica, comprada en la carnicería local. Pero ya entiendes a lo que voy. ¿Cuánto hace que no vuelves a lo básico? Todos los años mi chico y yo nos escapamos un mes con la furgo, para perdernos en sitios sin cobertura, buscar lugares para pasar la noche sin que nadie nos levante, improvisar duchas en pinares, tratar de enfriar la cerveza en el río, cuyo agua de forma incomprensible tiene un efecto más refrigerante en tus pies que en tu cerveza, pasar el día leyendo sin saber muy bien dónde estás, dar una vuelta para cargar el móvil, buscar piñas y ramas para encender la barbacoa, contemplar la puesta de sol en un lado de nuestra casa provisional, y a la mañana siguiente el amanecer en el otro lado, lavar el bañador en la ducha de la playa, cargar agua en la fuente, y compartir historias con pastores de ovejas, parroquianos en el bar de la aldea, u otros hippies furgoneteros como nosotros sobre el tema recurrente: ¿hay agua corriente? Puede que estés pensando “vaya estrés de vacaciones, sin nadie que te cambie las toallas, sin buffet libre, sin Sex on the Beach (aunque en mi experiencia esto último no es exclusivo de las vacaciones con pulsera). Mis vacaciones son para descansar, para no hacer nada.”
Pero verás. La mayoría de nosotros no estamos cansados físicamente, sino agotados psicológicamente, lo cual se traduce en una letargia vacacional que nos hace pensar que necesitamos que nos lo pongan todo delante. Cuando quizás una actividad diferente a la que realizamos durante el año sería más vigorizante e inspirador que tumbarnos en una hamaca con el último número del Qué me dices. Y aunque cada cosa tiene su momento, déjame que te hable de lo que desde mi punto de vista son las bondades de la vida salvaje, tras un año de civilización, buenas formas, complacencias y compromisos. Aquí te las relato: 1. Recuperas la perspectiva, literalmente, y te quitas de encima los problemas menores de un plumazo. Porque date cuenta de una cosa: ¿Cuán lejos alcanza tu vista en la ciudad, y cuánto en el monte o en el mar? Al tener la oportunidad de contemplar el horizonte entero y tener literalmente mayor profundidad de campo, muchos supuestos problemas dejan de serlo en ese momento. Además, nada como un cambio de entorno físico, de actividad o rodearte de gente o una cultura diferente para ganar una nueva perspectiva sobre las cosas. Al asalvajarte, te centras en tus necesidades básicas e inmediatas, lo cual hace que estás mucho más presente. 2. Se acalla tu mente dispersa, dando lugar a tu creatividad. Para que se produzca la creatividad es necesario que la mente se aquiete y el cerebro produzca ondas lentas. Por eso las ideas geniales se te ocurren en la ducha, en mitad de la noche, o leyendo un comic. En la vida salvaje, al estar tan ocupado en cosas mundanas como el dónde dormir, qué comidas preparar con pocos recursos o dónde asearte, tu mente dispersa o “de mono” (de montones de pensamientos obsesivos e improductivos) se aquieta. Dando lugar a una claridad de mental que permite la aparición de pensamientos creativos y constructivos. Sin que siquiera los estabas buscando. Olé. 3. El contacto con la naturaleza mejora tu salud y bienestar, tanto física como mental. Numerosos estudios científicos sobre los efectos fisiológicos en personas expuestos a un entorno natural demuestran que el contacto con la naturaleza tiene un profundo efecto restaurador en nuestra capacidad cognitiva y de concentración, reduce la irritabilidad, baja los biomarcadores del estrés, potencia nuestro sistema inmune y acelera nuestra recuperación física. Igualmente parece mejorar nuestras relaciones sociales. Puedes leer más aquí, aquí, aquí y aquí. No es de extrañar que los japoneses habitualmente se pegan sus shinrin-yoku o baños de bosque. Todo ventajas. 4. Vuelves a hacer las paces con tu cuerpo. Al liberarte de horarios fijos e impuestos (despertador, hora de entrada, hora del almuerzo, hora de salida, jaja) tu cuerpo te indica cuándo es hora de levantarse, de comer, de dormir. Sólo hay que escucharlo. Y con que le hagas un poco de caso, verás lo agradecido que es. 5. Te ayuda a simplificar tu vida. Porque al llegar a casa te das cuenta del montón de cosas que tienes y que no necesitas. ¿Espumador de leche..? ¿Zapatillas Adidas Superstar en todas las combinaciones de colores, cuando durante un mes entero no te has puesto más que un par de Havaianas y unas botas de montaña? Y lo peor de todo es que por todas esas cosas pagas un precio; no sólo económico en el momento de su adquisición, sino además con tu energía vital para su mantenimiento. Piensa cuánto tiempo y energía se te van en el mantenimiento del coche, encontrar una blusa con ese pantalón que no combina con nada, arreglar la bici de montaña cada primavera para un uso y medio, llevar los abrigos a la tintorería y no olvidar de recogerlos… Como dijo Sartre, eres más libre cuantas menos cosas tengas. Yo a cada vuelta de la vida salvaje aprovecho para despejar armarios, deshacerme de objetos que no me hagan sentir bien, y regalar libros leídos. Es muy liberador. 6. Vuelves a apreciar lo que de verdad quieres. Porque mira si sienta bien la ducha de agua caliente, gel, champú, crema, guante de masaje y mascarilla facial al llegar a casa. ¿No dicen que no aprecias lo que tienes hasta que lo pierdes? Pues piérdelo de vista durante un mes, y ¡vuelve a disfrutar de tus lujos diarios! Y para el resto, me refiero al punto anterior… Asalvajarse puede tener muchas formas. Un viaje de aventura por Camboya, una marcha espiritual como el Camino de Santiago, un voluntariado en un santuario de fauna salvaje o en un proyecto humanitario… ¿Cuál es tu experiencia con ello? ¿Y qué efecto tiene en ti? Déjame tu comentario abajo. Pd. No he podido evitar pensar en esta noticia al hacer el collage de las fotos para este post… http://www.elmundotoday.com/2017/08/todas-las-charlas-ted-previstas-para-septiembre-son-de-gente-que-quiere-ensenar-sus-fotos-de-las-vacaciones/
3 Comentarios
Luis Montoya
25/8/2017 10:30:44 am
A Maru, mi chica, y a mí nos pasa lo mismo, pero en el mar, y cuando hablamos del mar lo digo literalmente. Este año hemos recorrido la península del Sinaí sobre y bajo el agua. Una experiencia muy divertida de vida a bordo, casi sin wifi (se puede vivir), con lo básico, sin ningún tipo de calzado, sin los pequeños lujos diarios, haciendo 4 inmersiones diarias, y aunque aparentemente el mar es parecido, despertar en diferentes puntos del Mar Rojo, y pensar que cada paisaje es distinto. Eso es gratificante, y desde luego te liberas de un plumazo de los pequeños problemas, y de los gordos te olvidas. Todo esto es tan relajante que la vuelta a la realidad es demasiado duro, aunque esto, tal vez deba ser objeto de un nuevo post.
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El buceo queda declarado como otra categoría de asalvajamiento oficial y muy potente: mirandole a una morena a la cara o bailando con peces de colores todo lo demás pierde relevancia.
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¿Qué convierte a una vida en una vida bien vivida? En este blog trato las claves que me voy encontrando en mi experiencia, en mi práctica de coaching y en mis clases y talleres. Sin un orden particular. Déjame tus preguntas y reflexiones en los comentarios. Archivos
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