POST INVITADO En este post invitado Sara Morte hace un repaso de su experiencia con el coaching. ¡Gracias por tu generosidad, Sara! Compartir siempre me ha parecido una actividad muy loable y, por eso, quiero compartir mis conclusiones después de haber tenido el lujo de participar en un Coaching Ejecutivo.
¿La vida me maneja a mí o llevo yo las riendas de mi vida? Si la respuesta es la primera opción, hay que ponerse ya manos a la obra… no debemos esperar ni un momento. El comienzo fue desgranar cada pedacito de cómo pienso y por qué, cómo actuó y por qué; además de analizar lo que me ayuda o me aporta con el fin de encontrar el camino para darle sentido a mi día a día. En resumen, tener la capacidad de mirar desde otro prisma o perspectiva mi situación (inútil es intentar cambiar el sistema o situación en ocasiones). Y lo más importante, tener la capacidad de tener las herramientas necesarias para poder elegir y decidir cómo quiero manejar mis valores, sentimientos y algo más tangible, las vivencias diarias de mi vida profesional y personal.
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Nunca tenía la sensación de plenitud. Siempre había más por conseguir. Más por hacer. Para poder sentirme realizada, feliz, equilibrada, en paz. La felicidad se había convertido en la metafórica zanahoria al final del palo. Y yo la perseguía sin descanso. Porque a veces la rozaba. Y siempre pensaba que con cada paso, con cada logro y cada objeto adquirido estaría más cerca de ella.
“Cuando tenga mi propia agencia, por fin seré libre y podré hacer las cosas como a mi me gusta. No me importa trabajar mucho, lidiar con el riesgo y aprender gestionar el NO, mientras sea libre. Cuando pueda decidir mi propio destino, seré feliz. Llegué a tener mi agencia. Trabajaba mucho, lidiaba con el riesgo y aprendía a gestionar el NO. Era libre hasta cierto punto. Pero no me llegaba esa sensación de felicidad. Seria, segura de si misma, con respuesta para todo, un poco altiva, intimidante y autoritaria en ocasiones… Así se porta una persona con marca personal fuerte, pensaba yo.
Sí. Al principio de mi carrera creía que había que actuar de una determinada forma para tener una marca personal fuerte en el mundo corporativo. Me fijaba en mis jefes y pensaba que era así como había que posicionarse. Al fin y al cabo ellos habían llegado a ser jefes. Serios, seguros de si mismo, con respuesta para todo, un poco altivos, intimidantes y autoritarios en ocasiones… Ese para mi era el modelo a seguir en el mundo de los negocios. Y así fue como me empecé a perfilar lo más parecido posible a él. Por las mañanas, al llegar al trabajo, me ponía en modo “consultora perfecta” con respuesta para todo. Seria, segura de mi misma, y hasta me han llegado a decir que intimidaba en ocasiones. Sí, sí, yo. Al poco tiempo de vivir en la Sierra, aún novata en el tema del transporte público, fui a pagar el autobús a Madrid con un billete de 20 euros. El conductor, un señor de edad mediana, sin levantar la mirada, me dijo que no tenía cambio y que no me dejaba subir. Donde vivo pasa un autobús por hora, así que no había forma de llegar a mi sesión de coaching si no cogía ese bus.
Traté de negociar con el conductor, pero he de reconocer que con poco éxito. Mientras yo hablaba, él todo el rato miraba fijamente de frente, escondido detrás de sus gafas de sol, respondiendo cada propuesta o argumento mío con un “no” a secas. Hasta que el chico que estaba detrás de mí para subirse al bus le dio el único argumento válido: un billete de 5 euros, y me pude subir. ¡Gracias Roberto! Al cabo de unos meses, al subirme al autobús, me tocó el mismo conductor. Con la misma cara de pocos amigos, gafas puestas, y sin mirar a nadie de los que nos subimos. En una fracción de segundo decidí: esta es la mía. Respiré hondo, saqué la más amplia de mis sonrisas, y al pedirle el ticket (billete de 5 en mano, claro está) le di el mejor de mis buenos días, y le agradecí efusivamente el cambio. Y… ¡milagro! Me miró a la cara y me sonrió. Una sonrisa tímida, cierto, pero ahí estaba. Y de eso es de lo que quería hablar hoy. De cómo con nuestros actos condicionamos nuestros posibles resultados y por tanto podemos abrir nuevas posibilidades. O dicho de otra manera: cuando cambio yo, cambia todo a mi alrededor. Hey, has pinchado en este post. Debe ser que te interesa tener una buena vida.
Yo he hecho lo mismo durante muchos años. No estaba muy contenta con la que tenía. No por lo que tenía o dejaba de tener, ni por lo que hacía o dejaba de hacer, sino por cómo me sentía. Porque al final, si te sientes bien, puedes decir que tienes una buena vida, ¿verdad? Además, otra persona en mi lugar se podría haber sentido genial. Al igual que alguien podría estar quejándose de la vida que yo tengo ahora y que me hace sentir tan bien. ¿Es perfecta? Si te refieres a que no tengo un solo problema, está lejos de serlo. Si te refieres a que todo el día estoy haciendo lo que me dé la gana, tampoco lo es. ¿Entonces por qué siento que mi vida ahora es buena? Porque puedo elegir cómo interpreto las cosas que me pasan. Y puedo elegir la interpretación que me haga sentir mejor. La que sea más constructiva para mi y para los que me rodean. |
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¿Qué convierte a una vida en una vida bien vivida? En este blog trato las claves que me voy encontrando en mi experiencia, en mi práctica de coaching y en mis clases y talleres. Sin un orden particular. Déjame tus preguntas y reflexiones en los comentarios. Archivos
Agosto 2021
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