Al poco tiempo de vivir en la Sierra, aún novata en el tema del transporte público, fui a pagar el autobús a Madrid con un billete de 20 euros. El conductor, un señor de edad mediana, sin levantar la mirada, me dijo que no tenía cambio y que no me dejaba subir. Donde vivo pasa un autobús por hora, así que no había forma de llegar a mi sesión de coaching si no cogía ese bus. Traté de negociar con el conductor, pero he de reconocer que con poco éxito. Mientras yo hablaba, él todo el rato miraba fijamente de frente, escondido detrás de sus gafas de sol, respondiendo cada propuesta o argumento mío con un “no” a secas. Hasta que el chico que estaba detrás de mí para subirse al bus le dio el único argumento válido: un billete de 5 euros, y me pude subir. ¡Gracias Roberto! Al cabo de unos meses, al subirme al autobús, me tocó el mismo conductor. Con la misma cara de pocos amigos, gafas puestas, y sin mirar a nadie de los que nos subimos. En una fracción de segundo decidí: esta es la mía. Respiré hondo, saqué la más amplia de mis sonrisas, y al pedirle el ticket (billete de 5 en mano, claro está) le di el mejor de mis buenos días, y le agradecí efusivamente el cambio. Y… ¡milagro! Me miró a la cara y me sonrió. Una sonrisa tímida, cierto, pero ahí estaba. Y de eso es de lo que quería hablar hoy. De cómo con nuestros actos condicionamos nuestros posibles resultados y por tanto podemos abrir nuevas posibilidades. O dicho de otra manera: cuando cambio yo, cambia todo a mi alrededor. Puesta a experimentar con esto, también lo apliqué a un vecino con muy mala fama en el barrio. Los vecinos se quejan de que nunca saluda a nadie, y que denuncia a cualquiera al que se le ocurre incluso mirar su vado. Lo cierto es que ya había podido corroborarlo en persona. Me había dejado una nota poco simpática en el coche, y al cruzarnos por la calle siempre apartaba la mirada en un intento de no saludar. Así llevábamos varios meses. Y los vecinos, varios años. Nada parecía indicar que esta situación fuera a cambiar.
Hasta que empecé a saludarle, de forma inequívoca y hasta un poco efusiva, cuando nos cruzábamos por la calle. Al principio hacía oídos sordos. Pero al cabo de un tiempo, empezaba a contestar los saludos. Al inicio, levantando levemente la barbilla, luego contestando en voz baja, casi susurrando. Poco a poco, más convencido. Hasta que el otro día, cuando me crucé con él sin darme cuenta, absorta en mis pensamientos, escuché al pasar un clarísimo “hola”, y al levantar la vista pude constatar una incómoda sonrisa en su cara. Inaudito. ¡Esto funciona! En coaching, manejamos una distinción que viene a ilustrar este principio. Y es la distinción “víctima vs responsable”. Tiene que ver con nuestro estado mental. Todos nos movemos en ambos estados. Sólo que generalmente no somos conscientes. Cuando estamos en modo víctima, situamos el poder fuera de nosotros. Nos sentimos víctimas de nuestras circunstancias. Cuando llegamos tarde a una reunión, es porque el tráfico estaba imposible. Cuando no encontramos trabajo, es porque hay demasiada competencia. Cuando nuestro equipo no nos responde como nos gustaría, es porque están poco comprometidos. Es el efecto “balones fuera”. Cuando estamos en víctima esperamos que cambien los demás (personas o circunstancias) y nos damos cuenta de que no ocurre, lo cual nos hace sentir aún más impotentes. A que tu pareja sigue sin poner los calcetines en la cesta de la ropa sucia, a pesar de tus sugerencias. Desesperante. En cambio, cuando estamos en modo responsable, sentimos que tenemos el poder para generar nuevas posibilidades. Tomamos la iniciativa: respondemos ante algo aunque no seamos la causa. No puedo solucionar el paro, pero sí puedo hacer muchas cosas para aumentar mis probabilidades de éxito en el mercado laboral. No puedo cambiar a mi jefa, pero sí puedo cambiar mi actitud hacia ella. Y tachaaaan! Cambio yo, y va y cambia el otro. Haz la prueba. Porque sólo si me hago (co-)responsable del problema, puedo (co-)crear la solución. Puedo tomar la iniciativa yo, en lugar de reaccionar a lo que la vida me echa y quejarme de lo mal que me va. En lugar de enfrascarme en lo que NO puedo hacer y sentirme miserable, puedo pensar en lo qué SÍ puedo hacer y sentirme poderosa. Con ese sencillo ejercicio puedes generar cambios inimaginables en tu vida. No todos son tan rápidos como la reacción del vecino o del conductor de autobús. Pero a la larga, ocurren. Con tu actitud o estado mental generas un espacio de posibilidades. Y las oportunidades siempre se presentan en la acción pro-activa, es decir cuando me hago cargo de la situación y elijo actuar de forma diferente. Si me niego a saludar al indeseable del vecino, ya que al fin y al cabo él empezó con sus malos rollos, todo seguirá igual. De mal. Y fíjate que todo lo que necesitaba ese vecino para salir de su permanente estado de enfado, es que alguien le dedicara una sonrisa y le saludara con alegría. Así que he aquí la fórmula para cambiar a los demás. Que por cierto también sirve para cambiar las cosas que ahora mismo te están complicando la vida. Cambia tú primero. En lugar de quejarte, muéstrales lo que te gustaría recibir. Da el primer paso, y ponle todas tus ganas. A veces hacen falta más pasos. Dalos. De corazón. Así que la próxima vez que intentes cambiar a una persona o una circunstancia en tu vida, acuérdate de la pregunta del millón: ¿qué sí puedo hacer yo? ¿Y tú, crees que tu actitud condiciona tus circunstancias? ¿Tienes un ejemplo? ¿Y si probaras en esta semana, con un experimento controlado?
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¿Qué convierte a una vida en una vida bien vivida? En este blog trato las claves que me voy encontrando en mi experiencia, en mi práctica de coaching y en mis clases y talleres. Sin un orden particular. Déjame tus preguntas y reflexiones en los comentarios. Archivos
Agosto 2021
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