Cuando dejé el mundo del trabajo por cuenta ajena y me puse por mi cuenta, sentía que era la oportunidad perfecta para hacer cambios en forma de trabajar. Estaba cansada de tener que estar disponible 24/7. De tener que decir que sí a ciertas cosas que en realidad deberían ser un no. De emplear determinadas formas, jerga profesional y palabras clave que supuestamente hacen vender más. De poner buena cara cuando lo que pasaba me hacía sentir mal. De tener que decirles a los clientes lo que tenían que hacer incluso cuando no lo tenía nada claro. Tenía ganas de seguir mi propio GPS interno en lugar de la dictadura del “lo que se hace porque lo hace la mayoría”. Eso sí, me preguntaba: ¿si adopto una forma diferente de estar en el trabajo que no fuera tan “corporativa” y sí más personal, aún me tomarán en serio? Al fin y al cabo hay por ahí unas reglas no escritas… Y de repente caí en la cuenta: ¡¿dónde está escrito?! Dónde está escrito que hay una sola forma buena de hacer las cosas. Dónde está escrito que hay que trabajar 8 horas al día para ganarse la vida, para crear algo que merezca la pena, para lograr el respeto de tus jefes, equipo, clientes. Dónde está escrito que hay que seguir los pasos aceptados como lógicos y no saltarte ninguno para conseguir tus objetivos. Dónde está escrito el tipo de objetivos que hay que tener en esta vida. Dónde está escrito lo que está “bien” y lo que está “mal” hecho.
Hay muchos convencionalismos que en realidad no tienen una base sólida. Los aprendemos y los tomamos como las reglas del juego. Nos ceñimos a ellas; y ellas nos limitan a nosotros. Hacer las cosas “porque sí”, sin cuestionárselas aunque intuitivamente sientan mal se convierte así en un hábito poco inteligente. Seguir los procesos sin cuestionarlos, adoptar las plantillas sin mejorarlas, copiar las formas sin sentirlas… ¿Para qué? ¿Para que todo siga igual? ¿Para no caerle mal a nadie? Si lo piensas pierde su sentido. Así que decidí experimentar con otras maneras de hacer las cosas que también pueden funcionar, ¿incluso mejor? Al principio lo hacía tímidamente, porque llevaba encima muchos años de comportamiento corporativo, y de reglas no-escritas que resultaban haberse convertido en mi registro por defecto. Y en honor a la verdad, mientras experimentaba con esa nueva forma de estar en el trabajo, no siempre triunfaba. Un día me iba bien, otro fatal. No quiero presentar esto como la fórmula infalible del éxito. Estaría lanzando otra verdad incuestionada. Esto para mí es sencillamente una forma de hacer las cosas, cuestionándote las verdades “adoptadas” y buscando la forma de hacer en la que crees de verdad. Una forma que sea fiel a cómo eres tú, las cosas en las que crees y los valores que representas. Una forma de hacer que despierta tus auténticas motivaciones y tu sincera y reflexionada visión sobre tu profesión y tu papel en ella. Una forma que te permita experimentar, fluir, descubrir y aprender con la satisfacción de haberlo hecho de la forma más honesta posible. Tratando de marcar una gran diferencia por el camino, creando realidades mejores que la actual. Porque preguntarte “dónde está escrito” te obliga a cuestionarte y validar tus propias reglas. Y también te permite ser más auténtico, más atrevido, innovador y más confiado en lo que haces. Para crear cosas “inviables”. Y te ayuda a salir adelante en esos momentos de duda, de tipo “¿Y esto funcionará? ¿Y si no funciona, qué va a ser de mi?” Y así la frase “¿Dónde está escrito?” se ha convertido en mi Leitmotiv a la hora de presentar mi oferta de valor. Una oferta de valor no-comprometida por convencionalismos, por miedos, por inercia. Un valor en el que creo a pies juntillas. Y me ha permitido coachear de una forma más atrevida e impactante. ¿Y sabes qué? A todo esto me he ido dando cuenta de que con quienes mejor trabajo es con personas que también son así. Gente abierta a las posibilidades. Que no da las cosas por sentadas. Gente que se atreve a cuestionar sus “verdades”. Gente con espíritu aventurero, con ganas de desafiar el status quo, de abandonar la seguridad de lo conocido y de convivir con la incomodidad de la duda. Gente capaz de reunir el valor para equivocarse muchas veces, aprender y levantarse. Gente que asume su responsabilidad personal en lugar de echar balones fuera. Gente con la determinación de crear nuevas realidades en su trabajo y en su vida, contribuyendo a que este mundo sea un lugar mejor. Gente con la valentía de querer crear algo fuera de lo común, basado en sus ideales, en su visión para el mundo, sin saber el cómo, pero teniendo muy claro el qué y el para qué. Gente que cree que las cosas se pueden hacer de otra manera. Aunque no tenga más evidencia que el “dónde está escrito que no se puede”. Porque ese es el tipo de personas que me inspira. Es el tipo de persona que coacheo o con el que me embarco en proyectos. Nos acabamos encontrando, nos reconocemos, conectamos y creamos. Cosas nuevas, divertidas, éxitos, fracasos. Pero siempre cosas en las que creemos. ¿Qué -si lo piensas- harías de otra manera? ¿Te atreverías a definir tus nuevas reglas? Puedes escribirlas si te hace sentir mejor. Pero que sea en tu propia letra. No seas tímido y compártelas en los comentarios.
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¿Qué convierte a una vida en una vida bien vivida? En este blog trato las claves que me voy encontrando en mi experiencia, en mi práctica de coaching y en mis clases y talleres. Sin un orden particular. Déjame tus preguntas y reflexiones en los comentarios. Archivos
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