Anoche dormí mal. Había estado trabajando con Perromalo en mi nueva web, que lleva mi nombre, mi foto y mi historia. Y el primer pensamiento que tuve al despertar fue “¿No será demasiado? ¿No parecerá que estoy encantada de conocerme? ¿No me pareceré a esa gente que ocupa portadas de revistas del corazón o puebla los falsos realities y que tanto desprecio?” Pero en el segundo café me reafirmé en mi decisión de lanzar un blog con mi nombre. Porque me di cuenta de lo tremendamente condicionada que estaba, y que creo que estamos todos. Porque verás, creo que nos han enseñado desde pequeños a no destacar, a no pensar demasiado, a agachar la cabeza y a participar en el sistema. Un sistema consumista de crecimiento obligatorio, de huida hacia delante, basado en el miedo, en la complacencia y las apariencias, que hace feliz a cada vez menos personas. Nos enseñan a proyectar una imagen de éxito, a mentir, a decir lo bien que nos va. Desde la publicidad hasta nuestros propios padres, compañeros y jefes. Porque ¿quién quiere estar con un perdedor? “Me va genial, estoy que no paro”. Nos incitan a comprarnos ropa, coche y casa acorde con nuestro status. Un status en que –si somos muy sinceros- nosotros mismos no creemos. En el fondo nos sentimos unos farsantes. Pero no lo reconocemos, ni a nosotros mismos. Y seguimos porque no sabemos o no nos atrevemos a hacer las cosas de otra manera. Para encima enfadarnos con nosotros mismos cuando no estamos a la altura de la falsa imagen que estamos proyectando al mundo. Nos animan a estudiar una carrera, hacernos el master, a obtener títulos. A subir la escalera corporativa. Todos tenemos que ser directivos cuando no somos capaces de liderarnos aún a nosotros mismos. A ganar cada vez más dinero. Dos dígitos para la empresa y uno en nómina. Y cuando nos echan decimos que nos hemos ido, que hemos llegado a un acuerdo o que somos víctima de un ERE o de decisiones de la central en Wisconsin, que no tiene en cuenta el talento individual y que nuestro jefe no ha podido hacer más que cumplir órdenes. Y seguimos en la carrera desenfrenada o lo que los ingleses tan acertadamente llaman el rat race, con tal de mantener la apariencia. Porque es conveniente. Porque no podemos parar. No sabemos parar. The show must go on. Pagamos un precio desorbitado por mantener la fachada feliz, la fachada de éxito. Y nos hace cada vez más infelices. He participado de todo ello. He mantenido fachadas pagando el precio del desahucio de la persona que vivía ahí dentro. Durante muchos años. Pagando el precio del estrés, la ansiedad, la inseguridad, la depresión. Hasta cuando pensé que ya no lo estaba haciendo, habiendo dejado mi empresa para ponerme por mi cuenta en otro sector, lo estaba haciendo. En el fondo lo estaba haciendo, porque si tanto me cuesta exponerme, contar mi historia, escribir un blog, poner mi nombre y foto en una web, aún me estaba preocupando el “qué dirán” mucho más de lo que quería admitir. Incluso si anoche dormí mal, fue por el miedo a exponerme. A ser vulnerable. Porque la gente conoce mi versión exitosa. La versión que da clases y conferencias sobre cómo hay que vivir la vida. ¿Cómo puede tener dudas esa versión? ¿Qué puede enseñar una persona con dudas? ¿Con problemas? ¿Una persona a la que han despedido? Porque sí, a mi me han echado dos veces. DES-PE-DI-DA. Con todas las letras. He pasado meses sin generar ingresos. Sí, yo que el día que me puse por mi cuenta le proyecté a mi gestor unos ingresos de entre 300.000 y 500.000€. He pasado por un burnout, llorando por el Retiro mientras mi perra me sacaba a la calle. Y por una ruptura de pareja de toda la vida justo en el momento de un cambio radical a nivel profesional. Pero tengo cada día más claro que lo que más me ha hecho crecer, y lo que más seguridad, equilibrio y conexión ha aportado a mi vida, ha sido el compartir con los demás lo que pasaba detrás de mi fachada en momentos de adversidad. El ponerme en una posición vulnerable. De ahí este post, mi particular oda a la vulnerabilidad. No sé cómo afectará esto a mi status profesional. Mentiría si te dijera que no me importa. Pero voy a lanzarlo igual. Porque si puedo aportar mi granito de arena ayudando a las personas que resuenan conmigo a reflexionar sobre su vida, quiero hacerlo. Ah, y a todo esto estoy cada día más encantada, agradecida y orgullosa de conocerme. ¿Cómo ha influido tu miedo a exponerte en tus decisiones? ¿Cuándo te ha impedido actuar o decir tu verdad? ¿Y si..? ¿Crees que la vulnerabilidad es una debilidad o una fortaleza? DEJA TU COMENTARIO
5 Comentarios
Carlos
11/4/2017 03:13:01 am
Me encanta tu blog y tus palabras. Me identifico. Creo que la honestidad, con los demás y con uno mismo, es fundamental. Tu eres una gran profesional y persona y eso siempre quedará patente en las cosas qu hagas.
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Te doy la enhorabuena por tu valentía y, por la importancia de lo que expresas. Por fin alguien transmite lo que a tantos nos ha pasado, sin tapujos ni medias tintas.
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Concha
12/5/2017 07:00:44 am
Claudia, gracias por tu blog, es de gran ayuda! Eres una gran persona y mejor profesional, funcionas con el corazón y me identifico totalmente con lo que escribes. Al final la vida es de los valientes y tú lo eres mucho! Un beso grande
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Chus
12/5/2017 09:05:46 am
Me ha encantado.
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¿Qué convierte a una vida en una vida bien vivida? En este blog trato las claves que me voy encontrando en mi experiencia, en mi práctica de coaching y en mis clases y talleres. Sin un orden particular. Déjame tus preguntas y reflexiones en los comentarios. Archivos
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