“Tengo un proyecto interesantísimo y he pensado en ti.” “¿Te vienes a casa el fin de semana?” “El proyecto necesita un coach. ¿Te apuntas?” “¿Puedo pedirte un favor? ¿Me revisas este trabajo?” “Se ha quedado libre una asignatura. ¿La puedes impartir tú?” “He visto un curso de fotografía en el que se trabaja por parejas. ¿Lo hacemos juntos?”
Estos son algunos ejemplos de mi vida de ofertas y peticiones que me llegan. Tú tienes los tuyos. ¿Cómo tiendes a responder?
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Ya sabes que solía decir “No tengo tiempo”. Y lo creía de verdad. Pensaba que no tenía tiempo para entretenerme en la máquina de café. Para llamar a mis padres. Para apuntarme a clases de canto. Para comer sano. Todo eso lo haría después. No me preguntes después de qué. Cosas de Mickey Mouse.
Hasta que un día me di cuenta: ¡Pero si lo único que tengo es tiempo! Veinticuatro horas al día. Y la única persona que manda sobre esas 24 horas soy yo. No es mi jefe, no son las obligaciones, mis circunstancias. Tengo absoluta libertad para decidir a qué dedico mi tiempo. Además, soy la única con potestad para hacerlo. Siempre sentía que ya tendría que estar haciendo “lo siguiente”.
Cuando estaba contigo, estaba pensando en la llamada que tenía que hacer. Cuando hacía la llamada, me estaba acordando de la reunión pendiente para la que tenía que preparar una propuesta que aún no había empezado porque había estado preparando el forecast del nuevo año. Cuando estaba de camino a la reunión veía a la gente corriendo en el Retiro, lo cual me recordaba que debería hacer más deporte. Llegaba a los sitios con la lengua fuera y el alma en otro lugar. Literalmente “estaba que no estaba”. ¡Vaya ritmo llevamos! Y no estoy hablando de las prisas que caracterizan el mundo del trabajo. Me refiero a la la velocidad exponencial del cambio en el que estamos inmersos, fusionando el mundo físico, digital y biológico, impactando y transformando todas las disciplinas, economías e industrias.
Por nombrar sólo unos cuantos, y sin orden particular: La desintermediación o Überización de la economía, la robotización, coches autónomos, machine learning, la impresión 3D, la realidad aumentada, chatbots, el internet de las cosas, el big data, la ciberseguridad, la ingeniería genética, el biohacking… Cada una de estas tendencias abre un mundo de posibilidades que tocan múltiples ámbitos de nuestra vida profesional y personal. Y encima son combinatorios, es decir pueden complementarse y construir unas sobre otras. Las consecuencias pueden ser positivas o negativas. Pero en todo caso, serán exponenciales. Sin ánimo de entrar en los escenarios utópicos y distópicos, me pregunto qué requiere esto de nosotros como líderes. Hay momentos en que un estilo directivo viene de perlas. Yo lo solía llamar repartir hostias: “tú haces esto, tú lo otro y lo quiero todo listo para las cinco de la tarde”.
Sin embargo, esto –salvo en momentos de emergencia o fuerza mayor- no suele ser la forma más indicada para coordinar acciones en equipo. Porque, ¿te has fijado que aunque te funcione bien en momentos puntuales, en el día a día la gente te falla, por muy directivo sea tu estilo? O quizás debería decir porque es muy directivo tu estilo… Como comento en mi post sobre la responsabilidad, un estilo directivo puede llegar a desmotivar y matar la creatividad. Porque seamos sinceros, ¿tú te motivas mucho ante un plato de figurativas lentejas? A la hora de poner en marcha un proyecto en equipo hay muchas fuerzas en juego. Si las conocemos y las manejamos bien, no sólo aumentamos las probabilidades de éxito en la ejecución, sino como efecto secundario se genera un clima de responsabilidad y motivación. Todas esas fuerzas se recogen en el ciclo de coordinación de acciones. Consta de 4 fases. Quizás el acto más valiente de un líder sea depositar la confianza en su equipo. Todos hemos tenido malas experiencias en las que el equipo no nos ha respondido como necesitábamos.
Pero… ¿y si he sido cómplice de crearlas? Veamos las tres claves en torno a las cuales gira la confianza y qué puedo hacer para mejorarla en mi equipo. Para que yo pueda confiar en alguien se tienen que cumplir tres condiciones: Eres un directivo responsable. Tu equipo entrega calidad. Y tú das la cara por ello.
Así es fácil caer en la trampa de la responsabilidad 200%, en la que te haces cargo de las cosas que en realidad le corresponden a los integrantes de tu equipo. Por miedo a incumplir tu promesa de calidad. Yo lo he llegado a hacer. Pero me he dado cuenta de una cosa. Tu gente es adulta, completa y responsable cuando le dejas. Ahora, si les privas de su responsabilidad, no sólo te haces con algo que no es tuyo. También privas al mundo de su creatividad. No sé tú, pero yo durante muchos años me preocupaba por cómo me iban a salir las cosas. Cuando tomaba decisiones, trataba de “tomar la buena”, de “hacer lo correcto”. Y es gracioso, porque ¿acaso tenemos idea de lo que es “lo bueno” o “lo correcto”?
En cuanto a correcto, yo creo que algo es correcto cuando a ti te lo parece, mientras no incumpla la ley y no haga daño a nadie. Porque acaso alguien tiene la verdad sobre lo que es lo correcto en cada ocasión, ante cada situación? Para darte cuenta de que para “correcto” colores, googlea “la forma correcta de”… En primer lugar, es curioso el tipo de cosas las cuales la gente quiere hacer correcto. Desde congelar alimentos, hasta caminar, cepillarse los dientes u orar según conny mendez. En este último caso, la respuesta es correcta porque lo dice Conny Méndez. En los demás, cada entrada refleja una opinión diferente de lo que es “correcto”. Y en cuanto a “la buena decisión”, he llegado a creer que no existe una cosa como la buena o la mala decisión. Las decisiones simplemente son las que tú tomas y cada una te va a enseñar algo que tenías por aprender. Otra cosa es que te guste o no el resultado de tu decisión… Veamos un ejemplo. Yo al terminar la carrera decidí venirme a vivir a España. Mi tutor de tesis me había ofrecido trabajar en la universidad, pero yo quería ver mundo y hacer cosas diferentes. Y diferentes fueron: tras casi un año buscando trabajo “de lo mío” acabé aceptando trabajos de teleoperadora o entrevistadora a pie de calle. No solo no me gustaba: la niña mimada a la que la vida siempre le había sonreído y todo le había salido solo estaba indignada. “Yo… persiguiendo al personal por la Calle de Bravo Murillo mientras el mundo se está perdiendo mis cuantiosos talentos por tonto… Y encima me pagan una miseria. Vaya injusticia. Un día se darán cuenta.” Cuando dejé el mundo del trabajo por cuenta ajena y me puse por mi cuenta, sentía que era la oportunidad perfecta para hacer cambios en forma de trabajar.
Estaba cansada de tener que estar disponible 24/7. De tener que decir que sí a ciertas cosas que en realidad deberían ser un no. De emplear determinadas formas, jerga profesional y palabras clave que supuestamente hacen vender más. De poner buena cara cuando lo que pasaba me hacía sentir mal. De tener que decirles a los clientes lo que tenían que hacer incluso cuando no lo tenía nada claro. Tenía ganas de seguir mi propio GPS interno en lugar de la dictadura del “lo que se hace porque lo hace la mayoría”. Eso sí, me preguntaba: ¿si adopto una forma diferente de estar en el trabajo que no fuera tan “corporativa” y sí más personal, aún me tomarán en serio? Al fin y al cabo hay por ahí unas reglas no escritas… Y de repente caí en la cuenta: ¡¿dónde está escrito?! ¿Cuándo fue la última vez que tuviste que apartar la maleza para hacer tus necesidades, armado de una bolsita de recoger caca de perros, un rollo de papel, y quizás una linterna de esas del estilo minero que no te hace parecer demasiado inteligente..?
¿Y desde cuándo no buscas un sitio para pasar la noche antes de que oscurezca? ¿O un lugar donde hacer un fuego para preparar el jabalí que acabas de cazar? Vale, esto último ha sido una ligera exageración. En mi caso suele ser un buen corte de ternera ecológica, comprada en la carnicería local. Pero ya entiendes a lo que voy. ¿Cuánto hace que no vuelves a lo básico? Todos los años mi chico y yo nos escapamos un mes con la furgo, para perdernos en sitios sin cobertura, buscar lugares para pasar la noche sin que nadie nos levante, improvisar duchas en pinares, tratar de enfriar la cerveza en el río, cuyo agua de forma incomprensible tiene un efecto más refrigerante en tus pies que en tu cerveza, pasar el día leyendo sin saber muy bien dónde estás, dar una vuelta para cargar el móvil, buscar piñas y ramas para encender la barbacoa, contemplar la puesta de sol en un lado de nuestra casa provisional, y a la mañana siguiente el amanecer en el otro lado, lavar el bañador en la ducha de la playa, cargar agua en la fuente, y compartir historias con pastores de ovejas, parroquianos en el bar de la aldea, u otros hippies furgoneteros como nosotros sobre el tema recurrente: ¿hay agua corriente? |
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¿Qué convierte a una vida en una vida bien vivida? En este blog trato las claves que me voy encontrando en mi experiencia, en mi práctica de coaching y en mis clases y talleres. Sin un orden particular. Déjame tus preguntas y reflexiones en los comentarios. Archivos
Agosto 2021
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